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Al diván

by Jorge Arevalo
Las Tablas es un barrio nuevo lleno de familias jóvenes. Lo único que se ven son mujeres embarazadas y cientos de niños de todos los colores. Por eso, no hay cafeterías con WiFi para que yo escriba fuera del taper, sino guarderías y jardines de infantes a la vuelta de cualquier esquina.
Cuando apenas me mudé al barrio sólo había sucursales de bancos, ni siquiera una bendita farmacia. Un día tuve que meterme en una sucursal del Santander para preguntar si alguien tenía una tirita (curita) para venderme. Una frustración. Pero el tiempo fue pasando y ahora, por suerte, hay muchas farmacias, muchas guarderías, un centro para politoxicómanos que todos tanto estábamos esperando, y dos cafeterías, una de ellas cerrada por reformas.
La cuestión es que después de hacer ‘la llamada’ me di cuenta de que todo el asunto me resultaba un poquito antinatural. Se supone que para una mujer, en la práctica, debe de ser lo contrario (las mujeres de Las Tablas me lo han demostrado, con esa capacidad de generar hijos como si se tratase de hacer palomitas de maíz), pero en la teoría sí puede serlo y la idea de que algo me estuviera creciendo en la panza (o por ahí) se convertía definitivamente en algo surrealista.
Ese pensamiento insistente me derivó a la psicóloga cuando transcendió de las paredes de mi cerebro para convertirse en sonoro y estar así presente en cualquier conversación. La psicóloga me reveló que para poder quedar embarazada era indispensable crear una imagen, visualizarme como futura madre:
—¿Te has visto alguna vez con panza?
—No.
—¿Nunca?
—Nunca.
—¿Soñaste alguna vez que estabas embarazada?
—No que recuerde.
—Y dime: ¿has deseado, alguna vez, ser muchachito?
Esa fue la última vez que la vi, no por la pregunta que me pareció arriesgada y provocativa, sino porque no hacía mas que mirar la hora del reloj de la pared que estaba detrás mío. No me gusta que me traten como idiota.

Si bien pasó ya un año y un mes y mi vientre sigue sin novedades, he construido imágenes de bienvenida, a pesar de que la situación me siga pareciendo rara y de que preferiría que sea mi marido al que le tenga que crecer el prototipo en el vientre.

2 comentarios:

María BlancaNieves dijo...

No imagino verme en esas condiciones, tal vez mi silencio sería devastador ante un psicólogo.

Posees el don y tienes excelente narrativa.

Un abrazo cordial.

Mañosa dijo...

Que psicóloga pelotuda, por dios.

Jamás se me ocurriría preguntarle algo así a una paciente.

Besos!!

M.