Lola, una amiga apasionada por la lectura de best sellers, vino de visita con tres libros que le ayudaron a cambiar su vida en este sentido. Ahora tiene tres hijos y todo, según ella, gracias los títulos No te hagas la cabeza, El estrés, el anticonceptivo natural y, por último, No te olvides de que también puede ser él. No supe cómo agradecérselo, por eso no lo hice, simplemente.
Isa, una chica muy actualizada, me reveló que la Maca Andina es un gran potenciador de la fertilidad y me pidió que no fuera tonta y que la empezara a tomar ya. “No se te ocurra comprar ni Jalea Real ni té de caléndula porque ya pasaron de moda”, me dijo con la última Vogue en mano. ¿Cómo desilusionarla?
Josefina, la más hiperactiva y sexy de todas mis amigas, me insistió, mientras corría en la cinta del gimnasio y yo andaba, en que no perdiera más el tiempo ni el dinero: “La posición del misionero/plegaria da resultados y no tenés que gastar ni un solo centavo. Si sos creyente, podés combinar el rezo con el llamado a la naturaleza”, me dijo riéndose. “Y no te olvides de poner una almohada debajo de la pelvis durante media hora si es que no te vas a ir a dormir después. Eso es más fácil que la postura Salamba Sarvangasana de yoga... la que te parás sobre los hombros (que no te recomiendo si no estás entrenada)”. “La verdad que como no tengo un mango…”, le dije para zanjar el asunto, en un intento de confundirla, e irme a la bicicleta.
La tía Choli aportó lo suyo también y en una hora al teléfono intentó evangelizarme y convencerme de que hiciera el ritual a la Virgen de la Esperanza. Sólo necesitaría tres velas de color: rojo, verde y amarillo (la parte fácil), y rezar lo que dice la estampita cada luna llena durante 9 meses, quede embarazada o no. Ese mismo día puse el identificador de llamadas, no por nada.
La vecina, a la que he etiquetado de rarita, no se quedó atrás y me pasó una carta por debajo de la puerta (supuestamente anónima) con un hechizo infalible: sostener un huevo blanco con las dos manos y, mirándolo, rezar tres padres nuestros, luego escribir bebé en la cáscara con un rotulador indeleble y dejarlo debajo de la cama 9 días. Después tendría que bautizarlo y enterrarlo, poniéndome de rodillas para pedirle a la Madre Tierra que me quede embarazada. Nunca más volví a saludarla.
Todo aquello lo consideré un poco prematuro porque hasta el año uno no debería de preocuparse, pero como no quise mostrarme descortés ni herir los buenos sentimientos de los que me quieren bien, guardé los libros junto con la carta ‘anónima’ en la mesilla de noche, empecé yoga y compré la Maca Andina para que Isa no me persiguiera más con el asunto. La estampita y las velas las recibí por correo un día antes de luna llena.
Josefina, la más hiperactiva y sexy de todas mis amigas, me insistió, mientras corría en la cinta del gimnasio y yo andaba, en que no perdiera más el tiempo ni el dinero: “La posición del misionero/plegaria da resultados y no tenés que gastar ni un solo centavo. Si sos creyente, podés combinar el rezo con el llamado a la naturaleza”, me dijo riéndose. “Y no te olvides de poner una almohada debajo de la pelvis durante media hora si es que no te vas a ir a dormir después. Eso es más fácil que la postura Salamba Sarvangasana de yoga... la que te parás sobre los hombros (que no te recomiendo si no estás entrenada)”. “La verdad que como no tengo un mango…”, le dije para zanjar el asunto, en un intento de confundirla, e irme a la bicicleta.
La tía Choli aportó lo suyo también y en una hora al teléfono intentó evangelizarme y convencerme de que hiciera el ritual a la Virgen de la Esperanza. Sólo necesitaría tres velas de color: rojo, verde y amarillo (la parte fácil), y rezar lo que dice la estampita cada luna llena durante 9 meses, quede embarazada o no. Ese mismo día puse el identificador de llamadas, no por nada.
La vecina, a la que he etiquetado de rarita, no se quedó atrás y me pasó una carta por debajo de la puerta (supuestamente anónima) con un hechizo infalible: sostener un huevo blanco con las dos manos y, mirándolo, rezar tres padres nuestros, luego escribir bebé en la cáscara con un rotulador indeleble y dejarlo debajo de la cama 9 días. Después tendría que bautizarlo y enterrarlo, poniéndome de rodillas para pedirle a la Madre Tierra que me quede embarazada. Nunca más volví a saludarla.
Todo aquello lo consideré un poco prematuro porque hasta el año uno no debería de preocuparse, pero como no quise mostrarme descortés ni herir los buenos sentimientos de los que me quieren bien, guardé los libros junto con la carta ‘anónima’ en la mesilla de noche, empecé yoga y compré la Maca Andina para que Isa no me persiguiera más con el asunto. La estampita y las velas las recibí por correo un día antes de luna llena.
2 comentarios:
Sin contar lo del sexo sucio... es decir no te laves porque matarìas a los soldaditos....
Ay dios! cuántas locuras! Por suerte todavía no escuche de esos consejitos...
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