Nunca había experimentado semejante bienestar físico y mental. Un saco de piedras convertido en pompas de jabón en poco más de sesenta minutos.
Ni yoga, ni la meditación, ni el gimnasio ni el spa, ni una sesión de buen masaje. Ni la risa contagiosa que dura media hora. Nada parecido.
El tratamiento con Dr. Manosagujas consistiría en ir tres días seguidos durante tres semanas y después una vez cada siete o diez días. Pero como me iba a París a un casamiento comenzaría el tratamiento a la vuelta.
París siempre está primero en la lista de cualquier cosa que se haga, aunque no se sepa.
París fue además el festejo de un nuevo estilo de vida, de una nueva forma de esperanza. Mi cuerpo pronto barrería los residuos del clomifeno y del líquido retenido innecesariamente.
Pero había que aprovechar su último coletazo. Y yendo contra todo reglamento escrito por la doctora que me lo había recetado, ese último mes, alrededor del 25 de febrero y antes de París, comencé con las pruebas de ovulación. Compré la cajita con material bonus (no, una tanga no sino dos tests de embarazo de regalo) para saber exactamente cuándo estaría ovulando. Si bien nunca me había servido de nada, iba a ser el primer mes que atacaría por todos los flancos: mi cuerpo todavía bajo los influjos de la droga mezclándose con la sabiduría ancestral de la acupuntura más la precisión imprecisa de los test de ovulación menos el desgaste cotidiano de tener que ejercer como obligación la profesión de encantadora de serpientes.
Nunca había experimentado semejante bienestar físico y mental. Un saco de piedras convertido en pompas de jabón intentando alcanzar el cielo.
Todo estaba en su lugar. Acariciar paz, vestirse de ahora colocaba las cosas en su sitio. Ah, y París.
Mi vida no podía ser más perfecta.
Ni yoga, ni la meditación, ni el gimnasio ni el spa, ni una sesión de buen masaje. Ni la risa contagiosa que dura media hora. Nada parecido.
El tratamiento con Dr. Manosagujas consistiría en ir tres días seguidos durante tres semanas y después una vez cada siete o diez días. Pero como me iba a París a un casamiento comenzaría el tratamiento a la vuelta.
París siempre está primero en la lista de cualquier cosa que se haga, aunque no se sepa.
París fue además el festejo de un nuevo estilo de vida, de una nueva forma de esperanza. Mi cuerpo pronto barrería los residuos del clomifeno y del líquido retenido innecesariamente.
Pero había que aprovechar su último coletazo. Y yendo contra todo reglamento escrito por la doctora que me lo había recetado, ese último mes, alrededor del 25 de febrero y antes de París, comencé con las pruebas de ovulación. Compré la cajita con material bonus (no, una tanga no sino dos tests de embarazo de regalo) para saber exactamente cuándo estaría ovulando. Si bien nunca me había servido de nada, iba a ser el primer mes que atacaría por todos los flancos: mi cuerpo todavía bajo los influjos de la droga mezclándose con la sabiduría ancestral de la acupuntura más la precisión imprecisa de los test de ovulación menos el desgaste cotidiano de tener que ejercer como obligación la profesión de encantadora de serpientes.
Nunca había experimentado semejante bienestar físico y mental. Un saco de piedras convertido en pompas de jabón intentando alcanzar el cielo.
Todo estaba en su lugar. Acariciar paz, vestirse de ahora colocaba las cosas en su sitio. Ah, y París.
Mi vida no podía ser más perfecta.
1 comentario:
Que lindo!! Y???? Y???
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