Pasaron más de dos
años desde la última vez que actualicé el diario. ¿Cómo hago para resumir tres
meses de embarazo con diez líneas que están deshidratadas?
Intento algo: abro un archivo de fotos. Estoy en la playa, en Alcossebre,
Valencia. La imagen arrastra una sensación que atrapo al momento: la convicción
de estar en mi mejor momento físico y personal. La idea de que cada hueso y su
envoltura estaban en pleno apogeo sensual duró como hasta el año de haber
parido. Una confianza fuerte como las vigas de hierro de una casa antigua.
La cuestión es que, recién
ahora que recuperé mi peso, lo único que
veo en las fotos es la figura de una emblemática hipopótama-madre-a-ser con
cinco meses de panza.
Incluso hace poco regalé la bikini que usé ese día (y muchos,
muchos otros) y al estirarla la encontré del tamaño de una palangana. La
pregunta es por qué no lo noté antes.
Mi ojo que es más propenso a la crítica que al feliz conformismo
no me da la explicación que busco.
Quizás fue el no poder ver más allá del ombligo o que los
espejos de donde vivíamos llegaran hasta la cintura. O simplemente que la
felicidad que salía a empujones de los poros me haya mantenido embriaga.
Otro recuerdo, evidentemente equivocado, es el de que comía
poco. En el apunte impresentable de rojo pregunto: ¿COMER POR DOS O POR CINCO? Ahora
no me quedan dudas de que no se engorda comiendo una galletita de más.
Volviendo al tema de
las fotos, hay una que en particular me hace reír. Una mini ola me pega por
debajo de la palangana, a la altura de la rodilla, y tengo cara de susto. El
cuerpo parece tambalearse y los brazos se preparan para atajar al Cuerpo Kinder
que la olita empuja. Después de la risa nerviosa que me da por tener que asumir
el cien por ciento de las acciones de ese cuerpo, otra memoria se abre paso: el
desequilibrio. No quería meterme en el
mar si no era acompañada. Estaba convencida de que si me caía iba a quedar como
rodillo yendo de atrás para adelante si la ola tenía la fuerza de desplazarme.
Cierro el archivo fotográfico y descanso la vista. Me voy a
hacer un té mientras repaso el apunte deshidratado. Dejar al día estos años, no
va a resultar fácil.
Pongo las hebras en el colador de la tetera. Vuelco el agua
caliente sobre lo que parecen hojas secas. El vapor lleva a la nariz un olor
dulce. Espero los dos minutos recomendados.
Las hebras ahora son pétalos, flores e infusión. Miro el
apunte y, mientras sonrío, doy el primer sorbo.
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