Abro un alfajor de mousse de
chocolate Cachafaz. El olor rico de este chocolate me obliga a salivar más de
la cuenta. Afuera está nublado o hay sol. ¿Llueve? No me puede importar mucho. Estamos
atrincherados.
Las últimas tres semanas antes de
la fecha de parto (comienzos de abril más o menos) hice reposo para que Mateo
pudiera crecer más. Las ecografías acusaban peso pluma. Desde esas semanas mi
casa se fue convirtiendo, poco a poco, en un fortín. Ya estamos en la mitad de
julio y da igual qué clima haga fuera.
Voy ya por el segundo alfajor de
mousse de chocolate. Mientras llego a la mitad agradezco que la casa no tenga
espejos de cuerpo entero.
Miro por la ventana sin levantarme
de la silla. Reviso el WhatsApp y las fotos que me llegan son todas de
exteriores. Si las fotos no están retocadas, creo que nos estamos poniendo
amarillos de estar acá. Salimos sólo para controles pediátricos y alguna que otra cosa necesaria (es imprescindible
que Mateo no se pesque nada).
Cada vez que viene alguien a casa
preguntamos: ¿Contraseña? Del otro lado nos tienen que responder: “Sin peste”.
La siguiente pregunta, al abrir la puerta, es: “¿Y la familia?”. A eso tienen
que responder: “Limpios” o “Con antibiótico desde hace un par de días”.
Igualmente miramos a todos con desconfianza y nuestros ojos se achinan para
intentar ver a través de la piel del visitante.
No sé cuántas veces por hora nos
lavamos las manos. El marido y yo las tenemos que parecen dos pasas de uvas y
estoy convencida de que envejecieron una década. Si el visitante, por descuido,
tose o estornuda tenemos ganas de meterlo en alguna bolsa hermética y tirarle
Lisoform hasta que le llegue a los pulmones.
La cosa no es fácil pero se hace
más difícil cuando esos cuidados que estamos teniendo se vuelven algo extremistas
gracias al miedo. Consejos de todos los colores nos entran por los oídos pero
no salen y muchas veces terminamos, con el marido, contradiciendo con las
acciones lo hecho anteriormente, como por ejemplo, no mandar al cole a Cali por
precaución pero al día siguiente se mete en un shopping, que es un caldo de
cultivo, para pasar un día distinto.
Hoy me siento medio medio.
Supongo que es por el cansancio. Por las dudas me hice un té chai lleno de
pimienta al que le agregué mucha miel y whisky (un chorrito nomás, ¿eh?). Si me
apesto, no me va a quedar otra que usar barbijo, como le pusimos a la empleada
que viene de vez en cuando a ayudarnos. O envolverme completa con una venda,
tipo momia, así la peste no sale tan fácil por los poros… ¿Hasta dónde puede
uno llegar con la creatividad? Está por verse, el invierno recién se estrena.
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