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El resultado científico

El día del padre, siempre feriado porque es el día de San José, cayó viernes. También las dos rayitas.
Ese viernes nos hicimos los disimulados (tanto que apenas nos hablamos) y, jugando a las escondidas, cada vez que se cruzaban las miradas me salía una risita bastante almibarada y a él un sonido parecido al del estornudo discreto para hacerme centrar.
No queríamos ilusionarnos. Ya nos había pasado con el falso positivo que se cultivó misteriosamente dentro del cubo de basura del baño.
El sábado por la mañana, antes de que cerrara el laboratorio que queda cruzando el carcho empantanado de latas móviles llamado autopista, me fui a hacer la prueba de sangre. El cómplice cauteloso no se desprendió de mi lado ni un minuto.
Poniendo estaba la gansa, fue lo primero que me dijeron. Tenía que pagar no me acuerdo cuánto para poder tener los resultados el mismo día. Mi seguro médico no cubre este tipo de lujos. Si no quería pagar, tenía que sacar cita previa y esperar una vez hecho el estudio, como mínimo, una semana. La viveza, lo confirmo, está globalizada.
“Hay que volver en una hora. ¿Qué hacemos?” En Las Tablas, o te vas a dar la misma vuelta al perro de siempre o te metés en El Corte Inglés de Sanchinarro a sufrir gratuitamente de aburrimiento. Elegimos meternos en el centro comercial para subir y bajar las escaleras mecánicas hasta marearnos por completo.
A la hora y ya en el laboratorio, como dos soldaditos de plomo, los resultados no estaban.
Los nervios me llegaron a la mandíbula que comenzó a sonar como si tuviera un piano escacharrado dentro. La respiración acelerada transformó al aire entrando y saliendo en el de una flauta desafinada. Y el bombo comenzó su toque vivo y sostenido dándole sin piedad con sus palillos a la membrana de la calma.
Manos envejecidas por el tembleque. Sudor frío del acompañante. Una orquesta corporal arrítmica y estresante. La hora y pico más larga de mi vida.
Cuando me llamaron para retirar los resultados, el enfermero se tomó su tiempo para poner el papelito con la evaluación dentro del sobre. Tuve que escupirle, ahí mismo, en el mostrador, el corazón que lo llevaba atragantado un buen rato.
Y entonces, cuando creí que iba a pasarle la lengua al sobre para cerrarlo, se decidió a hablar: ¡Enhorabuena, estás MUY embarazada!
MUY embarazada. ¿Mellizos? Los ojos se me pusieron como dos platos playos.
El tembleque no cedió, al contrario, pensé que ahí mismo me daba algo.
Y me dio algo. Una metamorfosis que me puso a hibernar hasta casi hoy.

3 comentarios:

Mañosa dijo...

¡Felicitaciones!!!
Ahora... que es eso de MUY embarazada?

Besos

M.

Periférica dijo...

Pregunto lo mismo que Mañosa, já.

Felicidades ^^

Your friend dijo...

QUE? Como es eso? Una o dos??????????