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Segundo Trimestre: ¿por dónde empiezo?

No puedo creer que tenga escritas nada más que diez líneas amarretas del segundo trimestre. Hacer buena memoria con palabras sueltas como AGUA o frases mordisqueadas como ELEC TO NOM, no me ayudan a recapitular.  ¿AGUA qué cosa? Tuve un fuerte rechazo al agua pocas semanas (¿una, dos, cuatro?). No me acuerdo. Tampoco me acuerdo cómo lo resolví porque los sustitutos no me gustan.
 Pasaron más de dos años desde la última vez que actualicé el diario. ¿Cómo hago para resumir tres meses de embarazo con diez líneas que están deshidratadas?
Intento algo: abro un archivo de  fotos. Estoy en la playa, en Alcossebre, Valencia. La imagen arrastra una sensación que atrapo al momento: la convicción de estar en mi mejor momento físico y personal. La idea de que cada hueso y su envoltura estaban en pleno apogeo sensual duró como hasta el año de haber parido. Una confianza fuerte como las vigas de hierro de una casa antigua.
 La cuestión es que, recién ahora que recuperé mi peso,  lo único que veo en las fotos es la figura de una emblemática hipopótama-madre-a-ser con cinco meses de panza.
Incluso hace poco regalé la bikini que usé ese día (y muchos, muchos otros) y al estirarla la encontré del tamaño de una palangana. La pregunta es por qué no lo noté antes.
Mi ojo que es más propenso a la crítica que al feliz conformismo no me da la explicación que busco.
Quizás fue el no poder ver más allá del ombligo o que los espejos de donde vivíamos llegaran hasta la cintura. O simplemente que la felicidad que salía a empujones de los poros me haya mantenido embriaga.
Otro recuerdo, evidentemente equivocado, es el de que comía poco. En el apunte impresentable de rojo pregunto: ¿COMER POR DOS O POR CINCO? Ahora no me quedan dudas de que no se engorda comiendo una galletita de más.
 Volviendo al tema de las fotos, hay una que en particular me hace reír. Una mini ola me pega por debajo de la palangana, a la altura de la rodilla, y tengo cara de susto. El cuerpo parece tambalearse y los brazos se preparan para atajar al Cuerpo Kinder que la olita empuja. Después de la risa nerviosa que me da por tener que asumir el cien por ciento de las acciones de ese cuerpo, otra memoria se abre paso: el desequilibrio.  No quería meterme en el mar si no era acompañada. Estaba convencida de que si me caía iba a quedar como rodillo yendo de atrás para adelante si la ola tenía la fuerza de desplazarme.

Cierro el archivo fotográfico y descanso la vista. Me voy a hacer un té mientras repaso el apunte deshidratado. Dejar al día estos años, no va a resultar fácil.
Pongo las hebras en el colador de la tetera. Vuelco el agua caliente sobre lo que parecen hojas secas. El vapor lleva a la nariz un olor dulce. Espero los dos minutos recomendados.
Las hebras ahora son pétalos, flores e infusión. Miro el apunte y, mientras sonrío, doy el primer sorbo.

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