Abro un libro que
tengo a mano y lo acerco hasta que roza la punta de la nariz. No veo las letras
ni las palabras. Hago la prueba encendiendo la tele y pongo la cara a un centímetro
de la pantalla. El color y las formas desaparecen. Por último, acuesto a Mateo
en la cama y pego mi cara a la de él. Su ojo se triplica, ennegrece y deforma; Mateo
deja de ser Mateo.
Son las tres de la mañana. El bebe está despierto y tengo
que prepararle una mamadera. Le pido al
marido que le eche un ojo porque lo pasé a la cama nuestra y está en una punta
(con almohadones entre cama y mesita de luz para que no se le ocurra hacerse el Humpty Dumpty). Cali está también
durmiendo en la cama y como se le da por practicar las clases de karate, que
todavía no toma, entre sueños, el marido tiene que ponerse irremediablemente en
el medio de los dos.
Mientras expelo un pipí rápido (que el pudor me valga siempre) antes
de bajar para poner play a El ritual de la mamadera escucho al
marido que dice: Se cayó. Y se cayó de la cama. Cali se cayó. Entre el hueco de
la cama y la mesita de luz de su lado. Cali llora mientras discutimos con el
marido si es igual o no poner almohadas en el hueco.
Y así empieza el día. Entonces, bajo, preparo mamadera, le doy,
no toma, no duerme, una hora, no duerme, escupe chupete, duerme en brazos, lo
acuesto en cuna, se despierta, pasan dos horas, en media va a sonar otra vez El ritual de la mamadera, en otra media
más voy a tener que vestir a Cali para que vaya al cole.
Cuando Cali ya está lista comienza su ritual de quejarse de
la leche o derivados: que está asquerosa, que ese vaso no, que la pajita no
combina con la tapa, que se derramó una gotita... La mando a freír churros de
manera tajante y, al final, se la toma como niña buena que en el fondo es.
Llega el micro escolar, se va. Cierro la puerta pero me olvido de sacar la mano.
No grito porque no tengo tiempo: hay que lavar mamaderas al compás del constante
uaaaah-uaaaah de Mateo. Llega Cali. ¿Ya pasaron 4 horas? Come la mitad de lo
que le pongo (omelette de espinacas)
y con la otra mitad, mientras estoy dada vuelta para idear alguna forma de
pegarle el chupete en la boca a Mateo, hace un picadillo y lo mete en el vaso
con agua. Lo mezcla con el tenedor y se toma un trago mientras dice ¡mmmm quer
rico! Después, claro, termina el “trago” desparramado en el piso. Y así sigue
el día y probablemente la semana…
En estos casi cuatro meses desde la llegada de Mateo comprobé que ponerme a los gritos o llorar de rabia (forma económica de victimizarme) no me ayuda en nada y le amargo la vida al resto sin obtener buenos resultados. A su vez, como no me quiero dar por vencida, comienzo a recitar una palabra que me viene persiguiendo desde hace un tiempo: PERSPECTIVA. Perspectiva, perspectiva, perspectiva… La repito hasta que se me acalambra la lengua imaginando algo lindo que quiero vivir pronto sola o en familia. Ahí es cuando, con largavistas en mano, un trampolín imaginario me expulsa hacia arriba (o más lejos) para lograr una visión diferente de los hechos.
Confieso que no tenía la menor idea de cómo zambullirme dentro
de semejante palabra con tanta inteligencia emocional. Hasta ahora puedo decir
que es un ejercicio diario y que lo voy surfeando con la ayuda de otra palabra
que muy poco suelo usar: PACIENCIA, ese sonido con gusto a cartas enviadas por
correo ordinario, lejos del YA en el que estamos inmersos.
3 comentarios:
Ay, Svor, qué gracia... pones en palabras perfectas la cotidaniedad de muchas madres en tu misma situación y haces un análisis certero del sentimiento de haber perdido la propiedad de una misma cuando se tiene un hijo de meses, no imagino lo que tienen que ser dos de corta edad.
Gracias Anónimo por tu mensaje. Qué lindo levantarse a la mañana y encontrar esta nota. Un saludo quien quiera que seas.
Samanta:como siempre es un deleite cada entrega de este "Diario de..." combinando finamente, la emoción y el humor.
Muy buen tema para pensar, donde ningún lector quedará indiferente.
"FELICITACIONES" Paco.
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