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Época de exámenes

La vida nos pone a prueba constantemente y la impresión de sentirse examinado nos acompaña la mayor parte del día aunque hayamos decidido no darnos cuenta. Cosas tan simples como, por ejemplo, cocinar un plato nuevo para las visitas, el primer bocado y las miradas, o ir de compras y tener a la vendedora que nos persigue dispuesta a decir cualquier cosa con tal de que nos llevemos lo que tenemos en el probador. Lo mismo en el trabajo, en la escuela, con los padres o similares, con tu mejor amiga que está mejor que vos y las dos lo saben pero mejor no decir nada. En fin. Constantemente y en cada pequeña circunstancia de la vida estamos a prueba, y el juez más duro es uno mismo. Eso no sé si es lo malo o lo bueno.
La cosa es que pasó el año en un abrir y cerrar de… ojos, y era hora de enfrentarse al oráculo que todo lo ve y lo sabe: en mi caso, a la ginecóloga.
Ese ser que no hace contacto de ojos porque es peligroso y que se limita a cambiar la mirada del ordenador a la prescripción médica y de la prescripción al conductus subalternus femenino me mandó a hacer unas seis pruebas en total. Yo hubiera preferido un abrazo y un “no te preocupes que todo tiene remedio”, pero ya estoy acostumbrada a entrar al consultorio sin tomar asiento porque mientras lo hago ya está abriendo la puerta para despedirme (antes lo hacía con un apretón de manos, pero desde la gripe A ya ni siquiera eso). Fastfood, fastsex, fastforward, fastworld, ¡qué fastidio!
Todos los exámenes fueron sencillos (me limito a hablar exclusivamente de los míos), bastó con que donara algún que otro litro de sangre sobrante, excepto por la histerotrantrannosequefía (a ver si Google recuerda... Ah, sí, la histerosalpingografía. Cómo para acordarme).
No voy a explicar lo que es la histerotrantran, lo único que voy a decir es que el joven y foráneo doctor, que sin conocerme de nada ahora tiene fotos hasta para hacer un book, si quisiera, de mi conductus subalternus, me tuvo que prestar su iPod para que escuchara música mientras me hacía lo que me tenía que hacer y yo me dedicaba a ser el fiambre de observación de turno. Es la primera vez que me pasa esto, me dijo con una sonrisa (se refería a prestar su iPod en dicha situación), y agregó antes de empezar: espero que te guste la música. Cómo decirle que esa no era, ni siquiera, una preocupación para mí.
Puse play. Me daba igual lo que sonara. Mirar al techo escuchando la música a tope era la clave esencial para lograr completa abstracción, pero como logré poner nervioso el pobre, joven y foráneo doctor por mostrarme tan nerviosa y tan tímida, tuvo la idea estupenda de ir contándome cada cosa que iba a o estaba por hacer. La ayudante, en una de esas, prefirió cortar por lo sano y me dijo sin muchas pulgas: Querida, tenés que aflojar. Relajá, porque de eso depende que el estudio salga bien y te vayas rapidito a tu casa.
Lo bueno es que ya todo pasó y examiné con un Muy bien diez felicitado. De premio, el oráculo me encomendó al citrato de clomifeno durante 6 meses. Ahora estoy en sus manos. Es eso o encomendarme al ocultismo y al huevo debajo de la cama al que tendría que bendecir en algún punto del proceso, o hacer la cadena de rezos durante nueve meses llenando la casa de velas y estampitas.

2 comentarios:

Viejex dijo...

Fastfood, fastsex, fastforward, fastworld, ¡qué fastidio!

jajajaja!!! muy gracioso!

Mañosa dijo...

Marina contó algo parecido en su blog, ¿Lo leíste?

www.marinaesyerma.wordpress.com

Besos

M