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Tercer trimestre: La fábrica de pollos

Al séptimo mes, teniendo una charla rapidita con la obstetra (el único tipo que se puede tener, respirando hondo y soltando una bocanada de dudas que no se excedan más de los diez segundos) le pregunto cómo vamos a hacer cuando esté con trabajo de parto. “¿Me das tu teléfono y te llamo?” Y sin ningún tipo de miramiento me dice que no asistirá a mi parto a menos que lo programe. “Pero ¿cómo lo voy a programar si no tengo idea qué va a pasar ni cuándo?” Ella, mostrando su habitual sonrisa huesuda, me mira con la frescura de una lechuga recién lavada y agrega: “hay muchas mamis que prefieren cesárea así pueden organizar bien todo: el trabajo, quién se queda cuidando a los otros peques si es que tienen, las personas que van a ir a visitarlas y, por sobre todo, la prefieren para evitar el largo y doloroso trabajo de parto”. Al terminar la frase bien aprendida, coloca otra sonrisa, pero esta vez de plástico como las de las muñecas Barbies de ahora que parecen tener ese look de botox. “Doctora, cuando vine por primera vez, me preguntaron si quería que mi obstetra asistiera al parto y yo contesté que sí, por eso me pasaron a tu consulta”. “Claro”, dice, “se referían al beneficio de poder programarlas”. 
Salgo de la consulta con la angustia que revuelve bronca. La sensación de estar a punto de meterme en una fábrica de pollos me pone la piel de gallina. Toca salir a buscar una nueva obstetra moviendo cielo y tierra. Eso o ir a la guardia cuando llegue el momento y caer en manos de un doctor que nunca en tu vida viste y que no sabés qué va a terminar haciendo con vos. En España el cuchillo se afila cada 15 minutos y una de cada cuatro mujeres se abre como si fuera un huevo kínder. Finalmente encuentro dos opciones posibles: la primera, parir 100% a la vieja usanza pagando €3.000. La segunda, ir a un hospital de monjitas sobre la calle Príncipe de Vergara.
La información que recibo de la primera opción me encanta y suena a spa, pero la idea de pagar por tener un parto natural, algo que me parece un derecho y no un lujo, me sienta mal. Después de darle algunas vueltas decido que voy a ir al hospital de las monjitas. Nada muy especial pero, al menos, es más tradicional y dicen que el parto es respetado. 
Cuando llego a la primera consulta de la doctora García del Real me pregunta algo enojada: “¿Cómo se te ocurre aparecer recién al séptimo mes?” Levantando la cara del suelo, le cuento toda la historia y supongo que la mezcla de inocencia, miedo y el chip extranjero que porto hace que se apiade de mí y me acepte a último momento. 
Ahora hay que esperar. Confiar. Y dejar que otras manos amasen el futuro.

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