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La mamadera del nene

Jueves 10 de Julio 23:54
Acabo de esterilizar una mamadera de Dr. Brwon’s. No entiendo por qué sigo insistiendo en darle la leche en este cacharro aparentemente sofisticado cuando sigue con miles de gases. Creo que en el fondo, como no le pude dar la teta, busco la manera de compensar tamaño emprendimiento que es el de amamantar y, a la vez, limpiar la culpa de no haberlo lograrlo.
Miro la mamadera desarmada y me repito que es la extensión virtual de mi teta, me guste o no. Y qué mejor que elegir un “natural flow” para que el niño sienta placer, casi el mismo que le genera succionar el pecho. Ensamblo las partes. Tampoco es mi caso y bufo. Mateo se retuerce cuando come, parte por el reflujo semi medicado y parte por las burbujas con olor a brócolis que tiene en su pancita. Una enfermera que me está ayudando de vez en cuando me explicó que el bebé los va a tener de todas formas porque parte de la leche se gasifica (la otra se absorbe y el resto se elimina).
Ahora guardo los tres cepillos de distinto tamaño que tengo que usar para limpiarla, además del medio litro de detergente. Estoy convencida de que con los años me aficiono más a complicar lo que puede ser más sencillo.
Respiro hondo. El marido me dice que ni se me ocurra cambiar de marca justo ahora que le estamos encontrando la vuelta. La vuelta en espiral, le digo. Y bueno. Algo más que se incorpora a la rutina. Además, es parecido a rezar el Rosario, pienso. Es como una penitencia que me induce a meditar si estoy concentrada en lo que estoy haciendo o un esparcimiento mental donde mi cabeza puede terminar en cualquier parte ridícula de un diálogo mal terminado y remendarlo. Algunas veces hasta me sirve para expiar penas. Hoy, por ejemplo, lavar tres mamaderas me alcanzó para llorarme todo sin que nadie se diera cuenta. El ruido del agua saliendo por la canilla cubrió hasta la soplada de mocos.

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